La vida breve de un repartidor venezolano asesinado en Chile

Heberth Sánchez llegó con 18 años a Chile para reencontrarse con su madre. Dos años después, en diciembre de 2022, falleció acuchillado por un cliente enfurecido que reclamaba por el retraso en su pedido. A pocos días del segundo aniversario de su muerte, la Justicia decidió reanudar el caso y el homicida deberá salir del recinto psiquiátrico donde estaba recluido para finalmente enfrentar a los tribunales.

Por Aldo Vidal Neira


Quedan algunos minutos para terminar la perpetua cuenta regresiva de cada jornada de repartos. Es 28 de diciembre en Santiago, el Año Nuevo está a la vuelta de la esquina, son las seis de la tarde y aún hace calor. Heberth Sánchez (20) recoge la hamburguesa y la bebida, sin saber que ese pedido se convertirá en una bomba de tiempo.

Su moto está en marcha y la comida perfectamente acomodada en la mochila cuadrada que lleva en su espalda. La inercia de la rutina se activa, pero una fiscalización de la policía detiene su trayecto. No tiene licencia de conducir y cambia de ruta para evitar el control. Nuevamente corre contra el tiempo por las calles de un barrio acomodado para entregar el pedido.  

Luego una secuencia inesperada: un cliente furioso, una conversación entrecortada, un filoso cuchillo. Sangre, mucha sangre. En dos movimientos el joven venezolano cae herido frente al conserje de 59 años que observa con ojos conmocionados, mientras un ex estudiante de psicología de 29 años,  impávido sube al ascensor sosteniendo una bolsa de papel salpicada de rojo. 


Todo quedará registrado por la cámara de vigilancia del edificio que transmitirá en sepia un cuadro tan escabroso y enigmático que durará por días en las cabezas de los residentes del edificio.

Heberth falleció la noche del 28 de diciembre de 2022 en un edificio de Ñuñoa.

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Heberth Sánchez Cuba quería ser piloto. Cuando voló hacía Chile con 18 años debe haber imaginado cómo sería trabajar en un avión y recorrer los cielos diariamente. En junio de 2020 aterrizó en Santiago junto a su hermano Harold, de 15, con un simple propósito: reencontrarse con su madre después de dos años de lucha por obtener una visa de reunificación familiar.

—En ese momento había una calidad de vida diferente a la que hay ahorita. No había tanta xenofobia, no había tanta discriminación —dice Hilda Cuba (45) sentada en la terraza de un centro comercial un viernes en la noche, exhalando melancolía, seis meses después de la muerte de su hijo.

Cuando su primogénito llegó a Chile, ella trabajaba como empleada puertas adentro de lunes a viernes, y él asumió rápidamente el mando de la rutina doméstica. En poco tiempo consiguió un puesto en un servicentro y durante un año y dos meses hizo turnos de día y de noche cargando combustible. Con su sueldo pagaba la mitad del arriendo del departamento.

—Éramos nosotros tres en todo. Él me ayudaba, yo lo ayudaba. Él trabajaba mucho. Su hermano le llevaba la comida a la Copec cuando estaba de noche. Y en siete meses reunió lo suficiente para comprarse una moto, porque quería dejar este trabajo y pensó que el delivery le iba a dar más dinero —agrega Hilda con resignación.

Hilda y sus hijos la Navidad de 2022, pocos días antes del crimen.

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Ahorrar. Sacar cuentas. Ahorrar y sacar más cuentas. Heberth siempre fue bueno con los números. De niño era un buen alumno y tenía facilidad para las matemáticas, años después esa habilidad le serviría para el trabajo. Gracias a su disciplina logró comprar no solo una, sino dos motos para el negocio del delivery. Su siguiente plan era comprar un auto y expandir el negocio. 

Sin embargo, lo que no pudo hacer fue obtener la licencia de conducir. Aunque era diestro en el manejo, le pidieron un certificado de estudios apostillado que no tenía. Pero eso no lo detuvo y se lanzó a las calles sin documentos. 

Sus cercanos lo describen como extrovertido y de energía era contagiosa. Delgado y de rasgos afilados, sonreía fácilmente y cuando lo hacía se le hacían dos margaritas en las mejillas. Le gustaba el fútbol y la natación.

—Siempre estaba alegre, feliz. Es más, nos metíamos con todo el mundo. De todo el mundo se burlaba. Siempre una sonrisa por delante —recuerda Wilson Pino (21), un amigo de la adolescencia que reencontró en Chile.

Por teléfono Wilson cuenta que se conocieron en Venezuela cuando eran adolescentes, pero él se fue de su país a los 16 años y perdieron el contacto. Estuvo tres años en Colombia y luego arribó a Chile donde  retomaron la amistad. Se veían de vez en cuando, porque la rutina en el restaurante donde trabajaba podía alargarse hasta la madrugada. Heberth siempre lo llamaba para que salieran, se relajara un poco y fueran juntos a alguna discoteca. 

—Él siempre estaba atento porque sabía que yo estaba solo aquí —agrega Wilson. 

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Fueron 13 minutos de retraso lo que encendió la ira de Tomás Aguirre Martinez (31), el homicida de Heberth Sánchez, la tarde del miércoles 28 de diciembre de 2022. El repartidor debía llegar a las 18:32 según la estimación de la aplicación de Rappi, pero finalmente se estacionó frente al edificio, ubicado en la comuna de Ñuñoa, a las 18:45. 

En ese lapso de tiempo ambos tuvieron un áspero diálogo, según consta en la investigación del caso. De acuerdo al registro del celular de la víctima, a las 18:17 Sánchez se comunicó con el cliente para alertar un contratiempo. Y fue esto lo  sentó el escenario de lo que pasaría después:

—Amigo, tuve un inconveniente, porque al lado del mall estaban fiscalizando.

—No es culpa mía ¿dónde está mi pedido?

—Yo tengo su pedido, sé que no es su culpa…

—Que no falte nada, ni la bebida. Estaré abajo esperando.

—¿Y si falta la bebida qué? ¿Me está amenazando? Yo no soy un ladrón, le dije que le voy a llevar su pedido.

—Pagué por la bebida, si no está sería robo, trabajo en la PDI, así que espero que llegue todo en su lugar, más encima siendo fiscalizado.

Fueron 13 de minutos de retraso lo que provocó la ira de Tomás Aguirre.

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El apuro era lo que marcaba sus días, pero las cosas iban bien durante los últimos meses de 2022. De lunes a viernes recorría en moto las calles de Santiago entregando comida, en las tardes practicaba natación —estaba inscrito en la piscina del Parque O’Higgins—, tenía una novia de Venezuela que —según Wilson— reencontró en Santiago. Los fines de semana eran para su madre y su hermano, y la noche para sus amigos. 

La única gran frustración que reconocía era no poder pagar la carrera de piloto comercial. Aunque hizo las pruebas psicotécnicas, psicológicas y de salud, al momento de matricularse y proyectar el pago de las mensualidades, desistió.    

—Cuando le tocó ir a pagar, no tuvo. Dijeron que costaba $500 mil o $800 mil las mensualidades. Yo quería vender la casa que tenemos allá en Venezuela, pero todavía no la puedo vender.  Le dije “papi, sí yo la pudiera vender, yo te diera ese dinero ¿pero ahora de dónde? —cuenta su madre.

Ahí, como en otros momentos difíciles, apareció su lado religioso y decidió pensar que era un plan divino. Algo parecido ocurrió cuando tenía 12 años y odiaba usar lentes. Durante largo tiempo le imploró al Señor que lo curara y, según cuenta su madre, el prodigio fue concedido: dejó de necesitar anteojos. Con ese pequeño milagro convenció a Hilda de asistir a la iglesia con él. 

—Él me fue llevando hasta que yo me bauticé. No somos creyentes de imágenes ni nada de eso, solamente creemos en Dios. Tanto es así que en su velorio llevamos a un pastor, le cantamos, oramos, hablamos de la palabra —cuenta Hilda. 

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Tomás Aguirre Martínez no cocinaba. Era un cliente asiduo a las aplicaciones de reparto. Pedía comida tan habitualmente que era comentario entre los conserjes. Llegaban almuerzo y  cena a su nombre, prácticamente los siete días de la semana.

Es agosto de 2022. En su departamento del sexto piso, a pocos pasos de la calle Irarrázabal, en la comuna de Ñuñoa, destacan dos muebles abarrotados de vinilos. En una fotografía de su cuenta de Facebook, su gato de pelaje albinegro y ojos verdes mira directamente a la cámara, mientras la colección de discos se exhibe al fondo. Según se detalló en el proceso judicial, en ese momento, la venta de esos vinilos era su principal fuente de ingresos.

En esa misma época, pocas semanas antes del crimen, su principal preocupación era conseguir entradas para el concierto que Bad Bunny daría en Santiago. Durante los días previos a la esperada presentación del artista puertorriqueño, publicó en diversas páginas su desesperado interés por adquirir un ticket, sin importar el costo ni los riesgos.

—Aunque me estafaron, igual logré entrar —escribió el 3 de noviembre de 2022, acompañando el texto con fotos y videos del evento. En uno de los registros, donde Bad Bunny aparece bailando con una bandera de Puerto Rico, comentó emocionado: “Te amo, Benito”.

Aunque la prensa lo describió como una persona ermitaña, alejada de la vida social y sin visitas frecuentes, los vecinos del mismo piso entregaron un retrato distinto. En sus declaraciones a los querellantes, aseguraron que Aguirre era sociable, organizaba fiestas con regularidad y que la música y el karaoke se escuchaban incluso desde los pasillos. Algunos confesaron haber sido invitados a varios de esos “carretes”.

Aguirre es hijo único dentro del matrimonio de sus padres. Su madre lo tuvo a los 43 años, aunque ella ya tenía dos hijos de una pareja anterior. Tuvo una infancia llena de comodidades en el centro de una familia formada por dos destacados científicos. Sin embargo, su vida cambió drásticamente cuando quedó huérfano en un período de apenas tres años.

En febrero de 2015, su papá, Raúl Aguirre Ancao, ingeniero e investigador que en los noventa comenzó a trabajar en proyectos de secuenciación de ADN en la Universidad de Chile, murió de cáncer de colon. 

Tres años más tarde, el 12 de junio de 2018, su madre, María Angélica Martínez, una reconocida infectóloga y docente de la misma universidad, murió tras luchar contra un cáncer de páncreas. Dos días más tarde, a horas de su cumpleaños, publicó una foto con ella en Buenos Aires, ambos sonríen y miran a la cámara. “Te amo, viejita linda”, comentó en la publicación.

Durante los 15 años anteriores había estado, de manera intermitente, en distintos tratamientos psicológicos, por depresión y adicciones. Consumía de manera frecuente ansiolíticos y antidepresivos. 

Al recorrer en el tiempo las fotos de su perfil en Facebook parece otra persona, muy lejos del hombre detenido el 28 de diciembre de 2022. En esas imágenes se lo ve en asados, riendo y disfrutando. En 2016, con 22 años, figura afeitado y delgado como parte del equipo de fútbol Timón Holandés FC. En las fotos más recientes aparece con sobrepeso y varios tatuajes en cada antebrazo, entre ellos el de un gato negro. 

Hasta marzo de 2022 era estudiante de la Universidad Diego Portales, donde cursó cuatro años de la carrera de psicología, pero congeló. Antes de eso había estudiado Derecho, pero también abandonó la carrera. Egresó del colegio Pedro de Valdivia, ubicado en Providencia, con promedio de notas 6.0, es decir estaba entre los mejores de su generación. 

A principios de 2022 viajó a Nueva York para comprar vinilos y empezar su nuevo negocio. En diciembre de ese año, cuando su vida se cruzó con la de Heberth, no trabajaba de manera constante, no estudiaba, vivía de la herencia que le dejaron sus padres, consumía drogas y pedía comida todos los días.  

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Recorrer cientos de kilómetros, escapando de un régimen autoritario, buscando una mejor calidad de vida para ser asesinado en medio de una jornada laboral cualquiera. Es parte de la trágica paradoja que Hilda Cuba no logra superar. 

Desde que llegó a Chile su principal objetivo fue sus hijos pudieran ingresar al país de manera regular.

—Hice todo correctamente desde el mismo momento en que entré a este país —dice con voz seria y segura. 

Este era su segundo intento como migrante. Antes había dejado su trabajo como estilista en Maracaibo para probar suerte en la Guajira colombiana junto a sus hijos. Allí estuvo tres años, pero las cosas no resultaron.  

El 24 de diciembre de 2018 ingresó al país con visa de turista. En poco tiempo encontró  trabajó en el Club Hípico de Santiago y partió el proceso para obtener una residencia definitiva. Vivió en una pieza durante algunos meses y luego empezó a trabajar como empleada puertas adentro para una familia. Allí solicitó la visa para sus hijos menores de edad. Ambas fueron aprobadas, pero la pandemia detuvo los trámites.

Cuando por fin el proceso comenzó a avanzar Heberth ya había cumplido 18 años y sólo se autorizó la visa de Harold, el hijo menor de Hilda.  

—Yo decía que no, porque eran mis dos hijos. Tuve que apelar para que Heberth también pudiera venir y finalmente lo conseguí —recuerda.

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A veces la ciudad puede ser un infierno. Calles rotas, gente enojada, desprecios, ofensas y una eterna carrera contra el tiempo. 

Así era la rutina de repartidor que recuerda Leomar Cubas (20). Su primo, Heberth, lo alentó durante meses para que se viniera a Santiago, pero Leomar no tenía dinero para viajar. Una vez más, él organizó las finanzas y cubrió el pasaje. El plan se concretó en noviembre de 2022 cuando aterrizó en Chile. 

—Cuando llegué fue muy bello, todo parecía de película —explica Leomar. 

Su primo le hizo una inducción completa para entender a la sociedad chilena: las palabras raras, el clima, las calles, la forma de comportarse. Sobre el trabajo, había dos aplicaciones, Rappi y Uber Eats, y una sola regla: cumplir ocho horas diarias. 

—Era cómo si fueras tu propio jefe. ¿Querías trabajar? Tenías el horario que tú quisieras tener. Si querías trabajar desde las mañanas, las tardes o las noches. 

Cada día partían entre 10 y 11 de la mañana y terminaban entre las cinco y —cómo máximo— las siete de la tarde. Después iban juntos a jugar fútbol o a practicar natación. En el papel todo era sencillo, pero la realidad era cruda y desagradable.

—Se gana un sueldo mínimo, recibiendo maltrato. Llevando humillaciones, porque para nadie es un secreto la xenofobia que se ha vivido aquí—dice.

Para Leomar, este crimen refleja la violencia que vive un gremio, que según estimaciones del Instituto Nacional de Estadística, incluye a más de 200 mil personas, la mayoría extranjeros. Trabajadores que no cuentan con contratos, seguros laborales o garantías de seguridad.

—Te tratan como si fueras un “don nadie”. Es como “yo estoy pagando, tú eres mi sirviente y tienes que traérmelo” —reflexiona. 

Leomar toma aire y continúa con su desahogo al otro lado del teléfono:

—Será por ego, por personalidad, o porque generalmente los que trabajan son extranjeros y encima la mayoría son venezolanos. No te tratan bien, no te respetan como un trabajador más humilde —concluye.

Después de la muerte de su primo, abandonó el reparto y comenzó a trabajar como barbero.

—Él no fue el primero y tampoco va a ser el último. Ya los delivery habían recibido demasiado maltrato en la calle. Está fue la gota que derramó el vaso, que mataran a un delivery —concluye.

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Cerca de las cinco de la tarde del miércoles 28 de diciembre, según la versión que entregó en las entrevistas judiciales, Tomás Aguirre sintió hambre e hizo un primer pedido de comida, pero nunca llegó. Después de reclamar a la aplicación, le dijeron que le devolverían el dinero. Entonces, de mala gana, hizo una segunda solicitud.

—Repetí el pedido y lo pagué. Nuevamente se demoró mucho; hablé por el chat con el repartidor y me dijo que esperara —señaló ante la psicóloga que lo entrevistó.

Aunque su relato es vago y confuso, dijo que aquel día estaba enojado e impaciente. 

—No recuerdo específicamente de qué hablamos, pero sé que era en mala forma. En un momento me sentí amenazado, tenía rabia, tengo difusos los recuerdos, pero bajé con un cuchillo hasta la conserjería —agregó en su testimonio.

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Las cámaras de seguridad captaron el homicidio.

Heberth y su primo conversaron durante esa tarde e hicieron planes. 

—Yo hablé poco antes con él. Me dijo que tenía poca batería, que iba a hacer unos últimos pedidos y después se iba para la casa porque teníamos que ir para natación —cuenta Leomar.  

A las 18.45 se estacionó frente a la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Con el casco aún puesto y la bolsa de papel en la mano, Heberth tocó el timbre y luego ingresó por la reja negra que separa el edificio de la calle. Bajó las escaleras y llegó a la mampara de vidrio para ingresar al hall. En el espacio estrecho entre la puerta de cristal y el mesón del conserje, que incluía dos grandes pantallas con cámaras de seguridad, esperó unos segundos.  

Tomás Aguirre descendió hacia la recepción, vestía una polera deportiva y pantalones cortos. En uno de los bolsillos, ocultaba un cuchillo de más de 20 centímetros. Con determinación se plantó frente al repartidor y recibió la bolsa, mientras Heberth intentaba capturar una foto del pedido con su celular. 

Sin mediar aviso, lo empujó y le reprochó una vez más por el retraso. Heberth dejó su celular sobre el mostrador y se dispuso a enfrentar la situación. El cuchillo le resbaló de las manos, al igual que el pedido, que se precipitó al suelo. En un rápido movimiento, Tomás se inclinó para recuperar su arma y se abalanzó sobre el joven venezolano. Heberth utilizó sus manos como escudo, tratando de frenar el avance del agresor, pero fue en vano. La segunda estocada le dio en el costado izquierdo y resultó fatal.

En pocos minutos, la sangre acumulada era tal, que comenzó a avanzar por el pasillo. Mientras Heberth luchaba por su vida, Aguirre se dio la vuelta para recoger la bolsa y  sin mostrar signos de remordimiento, regresó a su departamento del sexto piso en el ascensor. Una vez dentro, comió  la mitad de la hamburguesa, acompañándola con sorbos de su bebida. Luego guardó lo que quedaba en el refrigerador.

—Sin duda hubo premeditación. Él iba con ánimo de pelear, bajó con un cuchillo. ¿Quién baja a recibir un pedido con un cuchillo? —explica Víctor Mallea, abogado de la familia de Heberth—Podría haberle prestado auxilio, haberse arrepentido en el ascensor o en el departamento y ayudar en algo. Pero no, en ningún momento se devolvió –agrega el jurista de Mallea y Asociados. 

Heberth falleció en el hall del edificio pocos minutos después del ataque producto de la hemorragia. Nadie avisó a su familia. La foto de su moto, estacionada fuera del edificio, fue parte de la cobertura noticiosa. Con ese dato, dieciocho horas después del crimen, acudieron a la PDI y confirmaron que el repartidor asesinado era él.

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Tomás Aguirre permanece desde junio de 2023 en el Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz

En su relato de los hechos, Aguirre dijo que no sabía que había matado a Heberth. Que desde la ventana de su departamento vio que llegaba una ambulancia, que cree haber llamado a conserjería para preguntar cómo estaba, pero cómo no podía hacer nada, solo espero que llegara Carabineros.  

—Todo esto fue como un flash, yo estaba shockeado, drogado, con adrenalina. Estaba muy pálido, me hicieron un electrocardiograma porque estaba muy pálido—afirmó. 

El ex estudiante de psicología fue formalizado por el delito de homicidio simple. La familia de Heberth, asesorada por el abogado Víctor Mallea, logró hacerse parte del proceso a través de una querella que solicitó que se considerara la alevosía y la xenofobia como agravantes, además que se aplicará la Ley Zamudio.

Según se explica en el documento presentado ante el Octavo Tribunal de Garantía, Aguirre “mantenía una conducta de connotación xenofóbica en el tiempo hacia otros miembros de la comunidad de distinta nacionalidad, específicamente venezolanos o colombianos que residen en el mismo edificio”.

Considerando estos argumentos, el 19 de junio de 2023 fue reformalizado por homicidio calificado, un delito que implica hasta presidio perpetuo. Aguirre estuvo en la audiencia con las manos esposadas, sin barba, el pelo mucho más corto, y el ceño fruncido.

En ese momento el tribunal decretó 150 días más para investigar, además, discutió su situación psicológica. En el informe expuesto se señala que en su caso “se configura el diagnóstico de trastorno mental y del comportamiento debido al consumo de sustancias psicotrópicas como alcohol, marihuana, clonazepam, cocaína y ketamina”.

El documento agregaba que Aguirre ha tenido cuadros depresivos desde el inicio de la adolescencia. “El examinado tiene una carga genética para trastorno afectivo por la línea de su madre y antecedentes de suicidio en la familia directa”.  A raíz de esto, se aprobó la suspensión del proceso y el traslado al Instituto Psiquiátrico “Dr. José Horwitz”. 

—Con el informe se intentó sembrar una duda razonable para trasladarlo provisoriamente a un centro de salud mental, en mejores condiciones que en un penal. Esto no es definitivo, es transitorio, a la espera del informe del Servicio Médico Legal que puede demorar un par de meses —comentó Víctor Mallea.  

En agosto de 2024, finalmente, el tribunal desestimo ese informe de la defensa y decidió poner fin a la internación provisoria en el centro psiquiátrico. Con esto se reanuda el proceso, y se espera que en marzo de 2025 se lleve a cabo el juicio.

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Hilda Cuba dejó el departamento donde vivió con Heberth. Los recuerdos eran demasiados y  si seguía en ese espacio se iba a volver loca. 

—Él dormía de lunes a jueves con su hermano. Y yo dormía con mi hijo viernes, sábado y domingo. Enrollados, abrazados. Entonces llegar a la cama y él no está, es súper doloroso, pues —dice con la voz quebrada. 

—¿No ha pensado en dejar Chile después de todo lo que ha pasado?

—No porque irme de Chile es abandonar todo —agrega sin titubear. 

Durante los últimos meses la fe la ha mantenido en pie. Está asistiendo a terapia y a la iglesia. Dios le da fuerzas para seguir adelante porque su hijo mayor aún la necesita. 

—No voy a abandonar todo. Porque voy a luchar para que se haga justicia por mí hijo. Heberth todavía me necesita aquí.  Regresar a Venezuela sin mi hijo hoy, sería aún más doloroso. —reflexiona antes de despedirse, mientras Harold, su hijo menor, la abraza y camina con ella hacia el paradero de los colectivos.


Autor

  • Periodista, magister en Cine Documental de la Universidad de Chile; con experiencia en medios de comunicación escritos y audiovisuales como El Mercurio, La Tercera y Canal 13. Fue editor de contenidos del canal de televisión de la Universidad de Chile, Uchile TV,   En 2015 dirigió el cortometraje documental “Salvador”, ganador del fondo audiovisual para post producción y estrenado en 2017 en el festival Docfeed de Holanda. En 2022 publicó el libro de crónicas "Días de Fuego: doce semanas de revuelta social en Chile" en  la editorial Ril.  

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