Con más de 5,6 mil millones de usuarios a nivel mundial, en la web parecen disminuir las interacciones de personas de carne y hueso: ya el 51% del tráfico digital lo lideran los bots. El problema no es que haya menos humanos, sino que los algoritmos crecen con más rapidez. Investigadores advierten que los riesgos se encuentran en el impacto que tiene el analfabetismo digital y la facilidad con la que estos agentes informáticos viralizan desinformaciones.
Por Judith Herrera Cabello/Animación: Valentina Vergara
Un sonido chirriante y mecánico se extiende por unos segundos y listo ¡puedes navegar por internet! Al menos, eso es lo que ocurría hace décadas, cuando la conexión a la web se realizaba con cable, aún lejos de la magia que sería lo inalámbrico. ¿Conectarse con un teléfono móvil? ¡Una fantasía!
Las diferencias con la época actual no solo están marcadas por cómo nos conectábamos antes, sino que también qué hacíamos en la web y, sobre todo, qué podíamos encontrar en ese vasto océano digital que parecía no tener fronteras. Si algo caracterizaba a aquel internet, era su heterogeneidad y la posibilidad del anonimato: el concepto de contar con una sola cuenta de usuario para navegar por todos lados todavía no se desarrollaba.
Se trataba de un internet que, para quienes tuvimos el placer de conocerlo –y es que sí, a veces todo tiempo pasado fue mejor, o al menos más idealizado–, mantenía cierta magia. ¿Cómo no? Navegar se traducía en aprender herramientas claves y desarrollar habilidades: por ejemplo, Google, Yahoo! o Altavista no funcionaban bajo los mecanismos actuales, nada de patrocinios y, aún más importante, nada de resúmenes muchas veces equivocados desarrollados por inteligencia artificial (IA).
Y sí, la estética de varios de aquellos sitios de antaño dejaba bastante que desear, como aún se puede observar en algunas páginas rescatadas con la Wayback Machine. Pero aunque fueran feos, se salvaban de estar homogeneizados para el consumo masivo como ocurre hoy donde, por lo demás, el contenido se repite en las plataformas mediante la gigantesca viralización.
El internet cambió y parece más vacío que hace 20 años.
¿Cómo es posible que con 5,6 mil millones de usuarios en el mundo conectados, todo se sienta tan pequeño?
La hegemonía de las redes sociales; el pacto social de navegar mediante el uso de una sola cuenta –como la de Google o Facebook–, dejando paso a la molesta huella digital; la pérdida de habilidades para usar de manera eficiente buscadores y sitios web; y el cada vez mayor uso del teléfono para conectarse, aparato que privilegia la utilización de aplicaciones; son algunos de los factores que inciden en este fenómeno.
El mercado también cambió. El marketing y la publicidad evolucionaron, se han vuelto más eficientes en llegar a los consumidores. No es posible escapar del algoritmo y de su eterna vigilancia… esas botas que se te ocurrió vitrinear en línea una vez, te aparecerán siempre.
Es en este escenario que una teoría conspirativa parece tener cada vez más aciertos: el internet está muerto y nosotros lo hemos matado.

El internet cambió y parece más vacío que hace 20 años.
Un poco de contexto: según Data Reportal, a abril de 2025, de las más de 8,2 mil millones de personas que hay en el mundo, el 68,7% usa internet y el 64,7% tiene cuentas en redes sociales. En un año, entre 2024 y 2025, las cuentas nuevas en social media crecieron 241 millones, algo como 660 mil al día. Además, el usuario promedio pasaba 18 horas y 41 minutos a la semana usando plataformas como YouTube, TikTok, Instagram y Facebook.
Otro dato es que de los usuarios que se conectan a internet, el 95,9% lo hace mediante sus teléfonos en comparación con el 61,4% que navega desde su computador.

Frente a este panorama sería ridículo y contradictorio que internet se encuentre más vacío. Pero el problema no debe considerarse bajo la perspectiva de los humanos, que por supuesto crecen, sino que apuntando a otros usuarios que también lo hacen y muchísimo más rápido: los algoritmos y la IA.
La teoría del internet muerto –dead internet theory en inglés, cuyos orígenes son desconocidos–, plantea que en la web ya no es la actividad humana la que prevalece, pues ha sido reemplazada por la IA, bots y contenido automático. En ese escenario hay un elemento que es más perturbante y es que en la mayoría de los casos, los algoritmos fingen ser humanos… la interacción con otro usuario, una discusión, un coqueteo, bien podría estar ocurriendo con un bot.
“Desde hace bastante tiempo la inteligencia artificial ha podido emular muy bien el lenguaje natural de las personas. Y dado que uno no está interactuando directamente sino que a través de una interfase, no es posible para los humanos tener certeza si las personas con las cuales conversamos son un algoritmo o alguien real”, explica Pedro Maldonado, investigador del Centro Nacional de Inteligencia Artificial.
No es que esté disminuyendo la cantidad de personas en internet, es que somos cada vez menos en comparación con la rapidez con la que se incrementan las cuentas IA. Una afirmación que es validada por los datos: un análisis de la empresa Imperva señala que los bots ya sobrepasan la actividad humana porque el 51% del tráfico en internet es automático, un 37% es malicioso –fraudes y estafas–, mientras que sólo 14% son bots buenos.
¿Pero por qué? ¿Para qué? La teoría indica que estos agentes informáticos buscan farm engagement –algo como provocar interacciones– mediante clicks, me gusta, comentarios, o compartidos.
Maldonado, quien también es académico de la U. de Chile, señala que “los algoritmos buscan optimizar que las personas permanezcan usando la aplicación y, por lo tanto, les muestran contenido que les gusta. Entonces, ese es un ejemplo donde somos, entre comillas, manipulados”.
“A primera vista, la motivaciones para esas cuentas de generar interés podría parecer obvio: la interacción en redes sociales aumenta las ganancias de publicidad”, señalan los investigadores Jake Renzella y Vlada Rozova en un artículo para The Conversation.
Sin embargo, los académicos advierten de una realidad aún más peligrosa: la desinformación. “Existe fuerte evidencia de que las redes sociales están siendo manipuladas por estos bots para influenciar la opinión pública con desinformación (…). En 2018, un estudio analizó 14 millones de tuits sobre un período de 10 meses en 2016 y 2017. Encontró que los bots en redes estaban fuertemente involucrados en la proliferación de artículos de fuentes poco fidedignas. Cuentas con un alto número de seguidores estaban legitimando desinformación, llevando a usuarios reales a creer, interactuar y compartir contenido publicado por bots”.
Lo anterior resulta aún más preocupante si se considera que varias de las empresas dueñas de las redes sociales, como ocurre con Meta y X –que ya se caracterizan porque sus dueños son esos denominados tecno-oligarcas–, decidieron dejar atrás cualquier intento de verificación de información.
En su paper “influencers artificiales y la teoría del internet muerto“, publicado en 2024, el investigador Yoshija Walter precisa que la transformación de las redes sociales, marcada por la integración de la IA, ha permitido el surgimiento de “influencers artificiales”, lo que se traduce en un cambio de paradigma que transforma al mundo digital pues pasa de ser uno de interacciones humanas genuinas a uno que está dominado por los algoritmos.
El especialista explica que hace una década, la teoría del internet muerto era aún especulativa, pero con la llegada de la IA generativa, se puede observar en vivo y directo, con énfasis en “una tendencia perturbante: las nebulosas líneas entre interacciones humanas y IA”.
Dice que el problema está exacerbado por el hecho de que muchas personas “tienen problemas discerniendo entre información ‘real’ y ‘falsa’ (…). De ahí que el surgimiento de deepfakes, producto de las innovaciones de la IA, presentan un desafío para la confianza digital”.
“Esas herramientas, capaces de crear contenido altamente realista, pero falso, son una amenaza a la integridad de la información en línea, impulsando la desinformación y erosionando la fundación de la confianza esencial para las interacciones digitales saludables”, señala el análisis.
Un elemento en que coinciden los expertos es que la infiltración de la IA en los espacios digitales, sobre todo en redes sociales, está estrechamente ligada con el concepto moderno del consumismo y es que el gran objetivo que tienen es vendernos ya sea un producto o, peor aún, una idea, por falsa o peligrosa que sea.

Cuando necesito evidencia de este fenómeno, los ejemplos que se comparten en el foro de Reddit DeadInternetTheory son un acierto, al igual que la forma en la que se pillan a los bots: pidiéndoles recetas de comidas.

“Bueno, está más cerca de lo que pensé”, plantea el post sobre la interacción con un bot que habla de la guerra entre Rusia y Ucrania, descubierto tras darle instrucciones para un cupcake.
“Aplicaciones de citas están llenas ahora de bots IA”: el coqueto bot responde rápido a las instrucciones para hacer una torta.


“Documentando la realidad del internet muerto con prueba de un hilo de respuestas de YouTube… ¿hola? ¿hay alguien allá afuera?” Las decenas de comentarios provienen de cuentas que fueron creadas el mismo día por un bot.
¿Está todo ya perdido? Todavía no… esperemos.
“Las familias, los colegios tienen que hacerse cargo, las universidades, y todos los interventores sociales. Porque, claro, si tú ves noticias a través de Facebook, como lo hace la generación baby boomer, por ejemplo, está en riesgo de que estén alteradas con algoritmos”, plantea Gonzalo Álvarez, director Tech-Law y académico de la U. Central.
Dice que “estamos en una revolución como el mundo no había visto en más de mil años, desde la invención de la imprenta, a lo que se suma que hay un analfabetismo enorme”. Por lo mismo, el docente argumenta que “no basta con una norma que regule y que sancione, sino que también se tiene que enseñar a todos los estamentos sociales que hoy no se puede creer todo lo que se ve”.
“La solución está en una integración ética y balanceada de la IA (…). Priorizar el alfabetismo digital, desarrollar herramientas para detección de IA, y establecer estándares éticos para el uso de la IA son pasos críticos para preservar la integridad de los ambientes digitales”, indica Walter en su artículo.
El internet cambió y parece más vacío que hace 20 años. Los sesgos de confirmación prevalecen con los algoritmos en cámaras de eco que se alimentan entre sí; las redes sociales nos muestran lo que queremos ver –para vendernos más–; y la desinformación conlleva una creciente radicalización de puntos de vista que cobran fuerza.
Con todo, aún hay espacios para que este escenario no se transforme, todavía más, en una distopía. La era de la IA está instalada y no se irá, pero dependerá de nosotros, y la forma en que ocupamos internet y las redes sociales, cuánto realmente podemos evitar rodearnos de bots entregándonos deliciosas recetas de comida.