El consumo de contenido breve y la inmediatez han cambiado la manera en que las personas interactúan con la información. Así es como las redes sociales y sus estímulos constantes provocan un menor interés por textos extensos y una disminución en la comprensión de lo que se lee. La educación hoy enfrenta el reto de adaptar sus métodos para mantener el interés por la lectura y competir con la satisfacción instantánea de un video corto.
Por Judith Herrera Cabello
Un meme.
La familia de la película Los Increíbles de fondo y al centro, con letras grandes, la pregunta:
“¿Qué edad tenías cuando TikTok y el formato reel arruinaron tu capacidad de retención de información, provocando un daño irreparable?”
La imagen se encuentra en uno de los foros en español de Reddit y suma más de siete mil upvotes—algo así como los “me gusta” de otras plataformas—, lo que refleja la opinión de muchos jóvenes.

Bajo la publicación de hace un mes, los comentarios evidencian una preocupación generalizada. Un usuario escribe:
“Lo noté cuando ya no podía mirar videos de YouTube de 12 a 20 min. sin aburrirme, preferí desinstalar esas apps y ya todo está normal de nuevo”.
Otros responden con cifras concretas: a los 15, 18, 20 años.
El fenómeno, lejos de ser un simple tema de conversación en redes, lleva años manifestándose y se relaciona con el menor interés por la lectura y, en consecuencia, con la dificultad para comprender lo que se lee.
Hace unas semanas, la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES) reveló un dato llamativo: los puntajes en Competencia Lectora siguen en declive. Durante mucho tiempo las matemáticas fueron el área más desafiante para los estudiantes, pero los resultados muestran que la tendencia se ha invertido.
Según información del Departamento de Evaluación, Medición y Registro Educacional (Demre), el promedio en Matemática ha mostrado una mejora significativa en los últimos años: mientras en 2023 fue de 562 puntos, en 2024 subió a 603 y para el proceso de admisión 2025 llegó a 625.
En cambio, en Comprensión Lectora, la evolución ha sido al revés: de 643 en 2023, aumentó a 599 en 2024, pero en el proceso de este año disminuyó a 596.
La brecha es aún más evidente al analizar los puntajes más altos: en Matemática 1 (M1), 1.829 estudiantes obtuvieron el máximo; en Matemática 2 (M2), 49 lograron el puntaje perfecto; Historia y Ciencias Sociales obtuvo 19 puntajes nacionales; Ciencias sumó 42 estudiantes con el máximo; y Comprensión Lectora: solo tres.
Internacionalmente, los resultados tampoco son tan buenos. El desempeño de Chile en el Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de Adultos (PIAAC) de la OCDE muestra que está entre los últimos puestos en comprensión lectora.
“En Chile, como en distintos países, se ha estado promoviendo fuertemente el desarrollo de las carreras del área más bien STEM. Eso quiere decir que culturalmente estamos en alguna medida incentivando las que tienen relación con las matemáticas, ciencia, ingeniería, matemática, tecnología. Y ha habido una cierta despreocupación por las humanistas. Sin ir más lejos, algunos economistas han planteado, poco menos, que invertir menores recursos en esta área”, advierte Héctor Bugueño, director del Departamento de Educación de la U. de La Serena.
Javiera Serrano, estudiante de 20 años de Ingeniería Industrial, experimenta a diario la dificultad para leer textos extensos: “A veces puedo estar leyendo un libro para la U. y voy ya en la quinta página, ponte tú, y me doy cuenta de que no he entendido nada y que tengo que empezar de nuevo. Pero si vuelvo y no logro concentrarme más, ya fue, me aburro y lo dejo”.
Para ella, la pandemia marcó un punto de inflexión. “Era más difícil estudiar, estábamos con cámaras en clases, poca interacción, y obvio que mucho uso de pantallas. Ahí empecé a usar más TikTok y bueno, nunca me gustó mucho leer”, cuenta.
Su testimonio resuena con el de otros que también se han acostumbrado al consumo de contenido corto e inmediato. La lectura, por su parte, exige un esfuerzo de concentración que se vuelve cada vez más difícil de sostener frente a la fácil satisfacción que entrega un video corto.
Los datos trazan un panorama claro: la capacidad de leer y comprender en profundidad está en crisis. En un mundo de información fragmentada y estímulos constantes, el desafío es enorme.
Claudio Contreras, director de Lenguaje y Comunicación de la U. Central, explica que esta problemática no solo genera efectos negativos a corto plazo, como muestran los resultados de pruebas nacionales e internacionales, “sino que también tiene un impacto negativo en el desarrollo humano del país. La lectura es un requisito esencial para poder construir conocimiento, innovación y tecnología”.
El doctor en Ciencias de la Educación deja en claro, eso sí, que el problema no es la falta de lectura y apunta a que se vincula con el desarrollo de habilidades y competencias.
“En este sentido, la pregunta no es por la cantidad de libros o la lectura en sí como un fenómeno, sino de qué manera se potencia el desarrollo de lectores que gusten de leer, pero también que pueden acceder al texto desde el género discursivo, el propósito, su estructura, sus contextos, entre otros ámbitos importantes de desarrollar y considerar”, precisa.
Añade que al no desarrollarse “las competencias de lectores críticos y reflexivos, el acercamiento a los textos tiende a reducirse a mera información superficial, pero el papel del lector es justamente construir conocimiento que movilice su acción en el mundo”.
A juicio de Carolina Arévalo, académica del Departamento de Educación y Humanidades de la U. de Tarapacá, Chile no se está convirtiendo en un país donde ya no se lee, “pero sí hay una tendencia preocupante hacia la disminución de la lectura. Esto puede ser provocado por la creciente influencia de las tecnologías digitales, la falta de incentivos y los cambios en los hábitos de consumo de información”.
¿Qué está pasando?
El internet y el desarrollo de distintas plataformas de comunicación que superaron lo que fue hace ya dos décadas la Web 2.0, han transformado la interacción con distintos tipos de contenidos y el cómo se consume la información. En ese contexto es que la batalla entre texto y video parece tener un ganador y no es, precisamente, el formato leído.
Cada vez más personas prefieren consumir información a través de imágenes y sonidos en lugar de palabras escritas.
Las redes sociales y el contenido instantáneo han cambiado también la capacidad de concentración y lectura profunda. Aplicaciones como TikTok, Twitter (hoy X) e Instagram fomentan un hábito de consumo rápido, donde la información se presenta en fragmentos breves y directos lo que se relaciona con una reducción en el tiempo de atención, haciendo que la lectura de textos largos parezca más demandante y menos atractiva para muchos.
Bajo este panorama es que el cambio en los hábitos de lectura es evidente. Si antes la única alternativa era sumergirse en libros o artículos extensos, hoy las personas optan por resúmenes, videos explicativos breves en YouTube o reels en TikTok y otras redes.
Y aunque esto puede ser útil para obtener información de manera rápida, también puede limitar la habilidad para análisis más profundos junto con la paciencia necesaria para seguir narrativas complejas. La inmediatez del contenido digital ha acostumbrado al cerebro a buscar recompensas rápidas, lo que puede hacer que la lectura pausada y reflexiva se perciba como tediosa.
En línea similar, Arévalo explica que la reducción en la lectura se puede vincular a dos grupos de factores: los de aprendizaje y los sociales.
“El uso excesivo de dispositivos electrónicos, falta de interés en la lectura, métodos de enseñanza no del todo adecuados a la realidad que se tiene hoy en las escuelas, y falta de acceso a materiales de lectura que estén bajo el amparo de una didáctica vanguardista”, menciona la docente respecto al primer grupo.
Mientras, sobre los factores sociales, incluye “al menor tiempo dedicado a la lectura en casa, la influencia de las redes sociales y la cultura de la inmediatez que prioriza el contenido visual y breve sobre el contenido escrito, además de la falta de interacción social en base a una lectura comprometida acorde al nivel educativo en que se encuentran”.
Otra arista es la sobrecarga de información. ¿Qué significa esto? Que las redes sociales al generar un flujo constante de estímulos, obligan a los usuarios a consumir contenido de manera superficial. La necesidad de estar siempre actualizado y el miedo a perderse algo relevante (el famoso FOMO, por sus siglas en inglés) contribuyen a una lectura más fragmentada, donde se salta de un tema a otro sin una inmersión real.
Además, el uso de pantallas ha cambiado la forma en que se lee. A diferencia del papel, la lectura digital suele ser más dispersa, con constantes interrupciones y distracciones. Aquí nace también la costumbre de hacer scroll y la tendencia a la multitarea digital, lo que dificulta la concentración en un solo texto por períodos prolongados.
El estudio titulado “Hábitos de lectura y uso de redes sociales“, realizado por investigadores de la Facultad de Psicología de la U. Nacional de La Plata (UNLP) de Argentina analizó la relación entre el uso de redes sociales y los hábitos de lectura, así como su impacto en la comprensión de textos académicos en estudiantes universitarios de primer año de la carrera.
De acuerdo con los resultados, el 81% de los alumnos se conecta diariamente a redes sociales, dedicando un promedio de 2 horas y 56 minutos al día en estas plataformas. ¿Y los hábitos de lectura? un 32,4% de los participantes afirmó que nunca o casi nunca lee literatura de ficción por placer, mientras que el 40,4% lo hace ocasionalmente. En el caso de los textos de no ficción (como ensayos, filosofía o historia), un 31% indicó que nunca o casi nunca los lee, y un 37% declaró hacerlo de manera ocasional.
Un hallazgo importante es que un 28,1% percibe que el uso de internet ha disminuido el tiempo que dedica a leer, mientras que el 27,4% considera que ha afectado el tiempo destinado a estudiar. También se identificó una asociación entre la falta de hábito de lectura de textos de no ficción y la percepción de que internet afecta negativamente el tiempo de estudio.
“A los libros les cuesta competir con las pantallas. Pero hay bastante que hacer y no simplemente sentir como que ya hemos fracasado, sino que es una pelea, es una batalla que estamos perdiendo en términos de comprensión lectora, pero en ningún caso hemos sido derrotados del todo”, enfatiza Héctor Bugueño, director del Departamento de Educación de la U. de La Serena.
El doctor en Educación e Innovación Educativa critica que “nos hemos estado acostumbrando a que los propias medios de comunicación, las entrevistas de personajes políticos, entre otros, todo sea reducido a simplemente algunos titulares que golpeen lo más fuerte posible, pero que en realidad son lugares comunes que no invitan a una mayor reflexión y análisis de texto”.
“La lectura te abre un mundo, un mundo reflexivo, un mundo crítico, un mundo de análisis, pero también uno de oportunidades desde el punto de vista laboral, desde el punto de vista del desarrollo personal, social, cultural. La lectura, el lenguaje en sí, se constituye en un recurso insoslayable para el desarrollo, crecimiento personal y social y no podemos perderlo”, afirma.
Un desafío con diversas estrategias
A pesar de los cambios, la tecnología también ofrece herramientas para fomentar la lectura. Plataformas de ebooks, audiolibros y clubes de lectura virtuales han permitido que muchas personas sigan conectadas con la literatura de nuevas maneras. La clave está en encontrar un equilibrio entre el consumo rápido de información y la práctica de una lectura más profunda y consciente.
Y, como siempre, volver al punto de partida: la educación.
Una conversación repetida entre los adultos al hablar sobre asignaturas de lenguaje es que los currículum de lectura son aburridos. Muchos programas escolares siguen centrados en clásicos sin una adecuada contextualización, impuestos sin tomar en cuenta los intereses o experiencias de los estudiantes. Esto puede hacer que la lectura se convierta en una obligación tediosa en lugar de una experiencia enriquecedora, más frente a la competencia de un video de TikTok con su adictiva satisfacción instantánea.
Si bien es valioso estudiar obras clásicas, el enfoque rígido y analítico con el que se presentan muchas veces impide que los estudiantes disfruten de la historia o se identifiquen con los personajes. Además, la manera en que se evalúa la lectura —con resúmenes, cuestionarios mecánicos o análisis excesivamente técnicos— refuerza la idea de que leer es solo un ejercicio académico en lugar de una actividad placentera.
El director de Lenguaje y Comunicación de la U. Central, Claudio Contreras comenta que “el colegio es un lugar donde se debe abordar esta crisis. En primer lugar, volver a darle la importancia que merecen a los conocimientos disciplinarios necesarios para la lectura. Por cuanto a las competencias lectores en sí mismas, son constructos que emergen desde el conocimiento y la práctica”.
Plantea que “los colegios deben repensar sus planes lectores y actividades de lectura, como parte transversal del objetivo de lengua y literatura. Es decir, traer de vuelta la lectura a la sala de clases. Por último, deben generar procesos de desarrollo profesional docente que apunten a la incorporación de estrategias de lectura y escritura que consideren los procesos cognitivos involucrados en ellas”.
El académico dice que, además, “es necesario reposicionar el texto literario y los estudios literarios como parte del ejercicio reflexivo de los docentes y estudiantes en los colegios, abriendo incluso puentes entre la literatura, el cine, los videojuegos e incluso las literaturas del mundo. Por tanto, es un ámbito desplazado por los instrumentos de la lectura nacional e internacional”.
Arévalo de la U. de Tarapacá coincide en la importancia que tiene la escuela y señala como una estrategia que “al ingresar a la educación básica, la lectura sea parte de una continuidad que al llegar a la enseñanza media ya esté constituida como un hábito”. Asimismo, suma el “adaptar el contenido a los intereses y necesidades de los estudiantes para mantener su motivación y compromiso”.
A su juicio, la sociedad tiene un rol entre los actores para manejar la crisis de la lectura: “Se debe facilitar la cooperación entre escuelas, bibliotecas, organizaciones culturales y el sector privado para crear programas y recursos que impulsen el hábito”, afirma y añade que puede servir en conjunto el “desarrollar y apoyar políticas que promuevan el acceso equitativo a materiales de lectura y recursos educativos para todas las comunidades”.
Los especialistas también señalan que sería beneficioso dar más opciones y autonomía en la selección de lecturas. Permitir que los estudiantes elijan entre varias opciones en lugar de imponer un único libro puede aumentar su compromiso. Si pueden escoger una obra que les interese, estarán más dispuestos a leer con atención.
“Para poder cautelar ese gusto por la lectura, es importante considerar lo que piensan los estudiantes respecto de qué le parece interesante leer”, afirma Bugueño, quien añade que “los primeros pasos tienen que ver con generar esa pasión, ese gusto por la lectura”.
Relacionar la lectura con la actualidad y el entretenimiento puede ser otra herramienta poderosa. Mostrar cómo ciertos temas de los clásicos siguen presentes en películas, series o incluso memes puede ayudar a demostrar la relevancia de la literatura en la cultura popular. Conectar a Shakespeare con Euphoria, a Orwell con el mundo digital, o a Kafka con la burocracia moderna puede hacer que los alumnos se interesen más por los textos.
El desafío no es menor, pero, quizás, si la educación logra adaptar sus métodos a la realidad de los jóvenes y les muestra que la lectura puede ser tan adictiva como cualquier otro entretenimiento, es posible recuperar el interés por los libros y fomentar una relación más fuerte con la literatura.