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El costo del primer golpe: cuando la prensa olvida el dolor

A propósito de las últimas noticias sobre denuncias de violaciones, se hace necesario hacer una reflexión sobre cómo el sensacionalismo en la prensa chilena ha convertido el dolor de las víctimas en espectáculo, junto con la importancia de un periodismo más responsable.

Por Myriam Bustos Verdugo


Tenía 18 años cuando me explicaron, por primera vez, qué era el amarillismo y el sensacionalismo a través de la Comisión Hutchins. Creada en 1947 en Estados Unidos para reflexionar sobre el rol y la responsabilidad de la prensa en una sociedad democrática, su propósito era analizar cómo la prensa debía equilibrar su libertad con el deber de servir al bien común, abordando problemáticas como la concentración de medios y, sí, el sensacionalismo. 

En ese momento, más allá de saber que necesitaba aprenderlo para pasar el ramo, no comprendía la profundidad de lo que estos conceptos implicaban, ni cómo impactarían en mi vida profesional y personal. Usaba cuadernos bonitos, destacadores de colores y escribía cuidadosamente para que mis apuntes se vieran perfectos, pero la verdad es que le ponía más empeño a la estética que a la ética. Pasé el ramo, que era lo importante, y la Comisión Hutchins se quedó archivada en algún rincón de mi mente.

Sin embargo, el concepto de amarillismo y sensacionalismo no se quedó ahí. Hoy, muchos años después y trabajando en un estudio jurídico que aborda temas de género, desde casos de violación hasta femicidios, esa lección ha sacado su cabecita y ha salido de su cajón para enfrentarme de nuevo. Ahora veo de cerca cómo los medios reportean, escriben y titulan, y cómo muchas veces las tragedias humanas se convierten en espectáculos o simplemente en una noticia más, tratada sin el cuidado ni la sensibilidad que merecen, ya sea por omisión o desprolijidad. Un ejemplo que jamás olvidaré fue el de Silvana Garrido, una mujer asesinada por su pareja. En la bajada de la portada de LUN decía:  “Maquilladora cayó del piso 23”, cuando en realidad había sido lanzada por su agresor. Ese tipo de tratamiento mediático no sólo tergiversa la verdad, sino que también minimiza la tragedia y revictimiza a las mujeres.

El caso del exsubsecretario del Interior Manuel Monsalve, recientemente denunciado por violación, y el del exfutbolista Jorge Valdivia, han sido tratados con el mismo enfoque sensacionalista. La prensa ha dado detalles específicos sobre las víctimas —edad, trabajo, conversaciones privadas, e incluso las declaraciones completas como en el caso del deportista—. Estos documentos, que forman parte de la investigación judicial, han sido divulgados, y los medios han replicado sin medir las consecuencias. La especulación ha sido constante, llenando páginas y minutos con teorías, la mayoría sin verificar. En medio de estos torbellinos, las víctimas parecen haber perdido su lugar en la narrativa, y se han convertido en un accesorio de una maquinaria mediática que busca alimentar el morbo del público, y el origen de la denuncia se ha vuelto secundario frente a la urgencia de tener la exclusiva, de ser el medio más viral, el más polémico.

Es como si ambas fueran “muñecas manipulables, sin deseos propios”, movidas de un lado a otro según los intereses de quienes manejan la narrativa. Ya no son personas con un dolor real y una historia que merece respeto. Se ha perdido el foco de la gravedad del delito denunciado: una violación, un crimen que debería ser tratado con la máxima seriedad, pero que ha sido despojado de su peso por los titulares estridentes y las voces más ruidosas.

Me gusta pensar que los y las periodistas tienen buenas intenciones. Quizás realmente quieren contar la verdad y hacer justicia con su trabajo, pero como dicen por ahí, “en alguna parte hay un camino pavimentado con buenas intenciones”, y muchas veces esas intenciones no bastan para evitar el daño. Cuando las palabras publicadas ya han sembrado dudas o expuesto más de lo debido, la responsabilidad de lo que se dice, incluso si es una especulación, parece diluirse. Nadie se hace cargo cuando la historia se desmorona o cuando la verdad resulta ser otra.

Al final, lo que queda es un rastro de titulares, especulaciones y una víctima que se convierte en una pieza más de un engranaje mediático, en lugar de ser tratada como una persona cuyo sufrimiento merece respeto y privacidad.

Y entonces, me pregunto: ¿Será que necesitamos en Chile nuestra propia Comisión Hutchins?. Un espacio para mirarnos al espejo y reflexionar sobre cómo lo estamos haciendo como prensa. Entiendo que hoy el periodismo debe balancear muchas cosas: la ansiedad del primer golpe, el clickbait que aumenta las visitas y los ingresos publicitarios, y, por supuesto, los egos. Pero, ¿es posible crear una instancia para observar qué se está haciendo y, sobre todo, el daño que se está causando? Porque el periodismo es más que titulares y clics; es una responsabilidad, y quizás sea hora de preguntarnos si estamos a la altura de ese rol ciudadano  que elegimos.



Periodista y licenciada en Comunicación Social de la Universidad Alberto Hurtado. Actualmente, se desempeña como encargada de comunicaciones en Déficit Cero y en AML Defensa de Mujeres, además de apoyar comunicacionalmente a otras organizaciones sin fines de lucro. Anteriormente, fue ejecutiva de cuentas senior en Vital Comunicaciones y trabajó en la fundación Educación 2020, donde manejó comunicaciones internas y externas. También fue parte del equipo de prensa del diario La Tercera, especializándose en el área de educación. Cuenta con siete años de experiencia en comunicaciones externas y gestión de prensa.