El templo de La Asunción con casi 150 años de antigüedad y un larga tradición en la “zona cero” fue vandalizado en 2019 y luego quemado en 2020. El largo proceso de reconstrucción acaba de finalizar gracias a los aportes ciudadanos.
Texto y fotos Aldo Vidal Neira
26 de mayo de 2025, 10:00 horas.
Es domingo por la mañana y una anciana camina con paso presuroso hacia la iglesia. Lleva una parka lila, una bufanda beige que casi le cubre el rostro y se apoya en un bastón, lo que no le resta agilidad. En la esquina de Vicuña Mackenna con Pierre de Coubertin, se cruza con una pareja y su hija de unos nueve años, sorprendidos por el inusual flujo de personas que se congrega en torno al templo.
No se trata del Día de los Patrimonios, aunque bien podría parecerlo. Lo que convoca a la multitud es la reinauguración de la iglesia de La Asunción, completamente restaurada y repleta de devotos que esperan con expectación el inicio de la misa, presidida por el cardenal y arzobispo de Santiago Fernando Chomalí.
El templo, de casi 150 años, ha vivido su propio vía crucis en los últimos años. En 2019 fue vandalizado en medio del estallido social, y un año después, en el primer aniversario de la revuelta, fue consumido por las llamas.

8 de noviembre de 2019. 18.30 horas.
Cinco años antes, en una de las jornadas más violentas del estallido social, comenzó la destrucción. Mientras encapuchados incendiaban la sede de la Universidad Pedro de Valdivia, ubicada en la antigua Casa Schneider, a pasos de Plaza Italia, la iglesia de la Asunción era saqueada.
A un lado de la calle, dieciocho compañías de bomberos intentaban controlar el fuego en la casona, al otro, un grupo de encapuchados vaciaba frenéticamente la iglesia construida en 1876. Bancas, confesionarios, cuadros y esculturas de yeso ardieron minutos más tarde en las barricadas instaladas frente al templo.
Después de varias horas de humareda, caminar por el entorno del lugar era arrastrar cenizas y restos de cemento suelto. Había que moverse iluminados solo por las sirenas rojas de los carros antiincendios. Todo el alumbrado público había sido despedazado.

La iglesia quedó abierta, sin resguardo, iluminada solo por los flashes de los curiosos. En su interior, los muros rayados con consignas que acusaban a curas pedófilos y a la institución de ser encubridora y cómplice de abusos sexuales. Vidrios rotos en el suelo y un pequeño grupo de ancianos intentando ordenar el altar completaban el caótico cuadro.



Entre ellos, una mujer de unos 70 años cargaba la imagen del Cristo crucificado, casi de su tamaño, y en la otra mano, su corona dorada.
—Sáqueme una foto, por favor. Para que sepan que yo lo salvé. Lo voy a cuidar en mi casa, porque si lo dejamos aquí lo van a destruir —dijo.
Era vecina del barrio y parte activa de la comunidad. Hace semanas que estaba preocupada de que atacaran la iglesia, pero no pudieron adelantarse, decía. Esa tarde vio con impotencia cómo sacaban los bancos y cómo destrozaron en el suelo encendido de las barricadas a la Virgen María. Afirma que lloró de rabia y luego rezó.
—No pudimos hacer nada, estaban como locos. Pero cuando se fueron, lo primero que hicimos fue venir a ver qué podíamos salvar. No entiendo porque hacen tanto daño. No lo entiendo —dijo antes de irse, caminando lentamente hacia su departamento, a una cuadra, con la imagen en brazos.
18 de octubre de 2020. 19.50 horas.

La Iglesia de la Asunción fue bautizada así en homenaje a la Asunción de la Virgen María, mucho antes de que fuera oficialmente proclamado como dogma por el Papa Pío XII en 1950. La Asunción era un testimonio de que aquella devoción existía mucho antes de la declaración oficial del Vaticano.
La parroquia fue durante décadas el corazón espiritual de esa zona. Entre sus hitos se cuenta la presencia del célebre presbítero Pedro Nolasco Donoso, recordado por su carácter combativo y su fuerte liderazgo pastoral.
Muy cerca se encuentra la calle Seminario, bautizada en honor al seminario que dependía directamente de la iglesia, una muestra más de la influencia que ejercía en la comunidad.
Sin embargo, en 2020 lo poco que quedaba se desmoronó. Pese a las restricciones de la pandemia, cientos de personas llegaron a Plaza Italia para conmemorar el aniversario del estallido. Al caer la noche, las protestas pacíficas dieron paso a nuevos saqueos y el foco principal fueron las iglesias del sector: San Francisco de Borja, templo institucional de Carabineros, y La Asunción.
A las 19:50 horas comenzó el incendio. En minutos, más de 20 carros de bomberos rodeaban el templo, sin lograr contener el avance del fuego.
La imagen más brutal llegó cuando la aguja del templo colapsó y cayó a la calle envuelta en llamas. Alrededor, encapuchados saltaban y celebraban.

“Quien siembra violencia cosecha destrucción, dolor y muerte. Nunca justifiquemos ninguna violencia”, señaló Celestino Aós, arzobispo de Santiago por ese entonces. Al día siguiente, el fiscal José Morales confirmó el uso de acelerantes y bombas molotov.

—Estábamos esperando un momento más tranquilo para comenzar la restauración. Pero con el incendio de octubre de 2020, todo lo avanzado se fue a las pailas —dice Magdalena Lira, directora de la Fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre, quienes coordinaron los esfuerzos de restauración y apertura de la iglesia.
Así lo que era una reparación se transformó en una reconstrucción total.
26 de mayo de 2025, 11:00 horas.
La reconstrucción de la iglesia de La Asunción costó cerca de $500 millones, financiados íntegramente con donaciones de personas de todo el país. La campaña fue liderada por la fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre
—Solo quedaron en pie las paredes —dice Lira—. Fue necesario recurrir a especialistas en patrimonio. Por ejemplo, para reforzar los muros de adobe se requería un ingeniero con experiencia específica en ese tipo de estructuras.
El proyecto incluyó el apuntalamiento de muros y del tímpano, que estaba al borde del colapso, la instalación de una nueva techumbre, el recambio de puertas y ventanas, y la renovación completa del sistema eléctrico, destruido durante el incendio y el trabajo de los bomberos. También se instalaron rejas para proteger accesos exteriores.

Se restauraron los salones parroquiales; se pintó; se reorganizaron espacios, como una cocina ahora más amplia; y se recuperó el jardín, pensado como un lugar de encuentro para la comunidad.
—Durante todo este tiempo, la comunidad siguió reuniéndose. Adaptamos un salón grande como capilla y les facilitamos sillas para que pudieran continuar celebrando misa —agrega Lira.
26 de mayo de 2025, 11.30 horas.
El arzobispo Fernando Chomali escucha con atención los testimonios de quienes participaron en la reconstrucción. La iglesia, repleta hasta la entrada, espera que tome la palabra. Es una de sus primeras apariciones públicas tras regresar del Vaticano, donde participó en el cónclave que eligió al nuevo Papa León XIV.
El cardenal parece querer mantener el “momentum”. Tras años de escándalos y descrédito, la Iglesia Católica ha comenzado a recuperar visibilidad: primero al integrarse a la mesa del Plan Nacional de Búsqueda de Detenidos Desaparecidos impulsado por el Gobierno, luego por el despliegue en la elección del nuevo Papa, y, en los últimos días y con críticas, por su férrea oposición al proyecto de aborto sin causales enviado hace algunos días al Congreso.
—Cada vez que haya muerte, habrá resurrección, porque Jesucristo resucitó y el bien es superior al mal —dice finalmente Chomali, con voz serena.
Antes del fin de la misa, Fidelia Oñac, secretaria parroquial, se acerca al púlpito con una escultura entre las manos: un Cristo herido, recuperado entre los escombros tras el incendio. Lo entrega al cardenal Chomali.
—Fue muy fuerte —dice—. Uno ve estas cosas en otros países, pero nunca imaginé que pasaría aquí.

Recuerda cómo, tras el ataque, la comunidad decidió actuar.
—Nos fuimos orando y dijimos: ¡No! Tenemos que hacer lo que esté a nuestro alcance. Esta iglesia es de todos. Pese a las dificultades económicas y la incertidumbre, no dejamos de soñar. Y ahora, verlo hecho realidad, ver a nuestro pastor, a nuestros sacerdotes, es una alegría inmensa.
Magdalena Lira destaca la fuerza de la comunidad.
–A pesar de todo siempre se mantuvieron unidos, después de la vandalización y para qué decir después del incendio, estaban todos ahí limpiando el lugar. Nunca bajaron los brazos, siempre mantuvieron la esperanza. Y después de un hecho tan violento, porque la iglesia no se dañó por un terremoto, hubo una acción premeditada e intencional, nunca escuché de ningún miembro de la comunidad una palabra de odio, de rencor o ganas de venganza contra los que lo hicieron.
