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Adolescencia: Los monstruos que elegimos no ver

La aclamada serie Adolescencia no solo brinda actuaciones impactantes y planos inolvidables, sino que también nos deja una reflexión profunda para todos aquellos que somos padres o cuidadores: una preocupación constante por el bienestar y el futuro de nuestros hijos.

Por Myriam Bustos Verdugo


Hay una alarma silenciosa que todas quienes criamos llevamos dentro. Esa que se enciende cuando la risa de nuestro hijo suena un poco más falsa, cuando su mirada se nubla sin razón aparente, cuando su entusiasmo por contarnos su día se apaga. Con mi hijo pequeño, esa alarma rara vez suena – todavía viene corriendo a contarme cada rasguño, cada miedo, cada pequeño triunfo. Pero ver “Adolescencia” hizo sonar todas las alarmas a la vez.

Esta producción no es solo un drama bien actuado, es un espejo incómodo que refleja un fracaso colectivo como sociedad. En las escenas de acoso escolar, sutiles pero terribles, en cada conversación familiar que no llega a ningún puerto, en cada adulto que mira pero no ve, veo los peligros que acechan cuando dejamos de estar verdaderamente presentes en la vida de nuestros hijos.

En mi búsqueda por entender por qué esta serie me removió tanto, me puse a conversar con otras mamás y compañeras de trabajo que vieron la serie -tengo la suerte de trabajar en un estudio jurídico especializado en género e infancia – y allí una abogada especialista ayudó a la conversación con otro análisis: el adultocentrismo. Hoy se aplican conceptos de adultos a la crianza, exigiendo autonomía infantil sin proveer las herramientas necesarias. Queremos que los niños tomen decisiones sin haberles enseñado a discernir, que “ejerzan sus derechos” sin haberles mostrado sus responsabilidades. Los padres, agotados por las demandas de la vida moderna, caemos en la trampa de la crianza delegada: “Si no quiere comer, no come”; “Si no quiere hacer las tareas, ya las hará cuando quiera”. Pero los límites bien puestos no son opresión – son el andamiaje que les permite crecer seguros en un mundo incierto.

El análisis de ella profundizó en cómo el adultocentrismo se entrelaza con los mandatos de masculinidad para crear una tormenta perfecta. Imponemos a los niños expectativas y miedos adultos, forzándolos a encajar en moldes preestablecidos supuestamente para “protegerlos”. La masculinidad tóxica se convierte en una camisa de fuerza que asfixia a quienes no encajan en ella, mientras el bombardeo constante de redes sociales celebra lo “macho” y propaga discursos de odio contra lo femenino o diferente. En este proceso, quebramos su autoestima y los empujamos hacia la soledad y el resentimiento. Y cuando buscan aceptación, muchos encuentran refugio en foros y comunidades online donde los discursos de odio florecen, perpetuando un ciclo de violencia y desconexión emocional.

Hoy las escuelas, que deberían ser refugios, se han convertido en territorios extraños donde los adultos no comprenden el lenguaje de los jóvenes. En general, no hablamos su idioma, no desciframos sus códigos, y por lo tanto, no podemos protegerlos adecuadamente. ¿Cómo intervenir en situaciones de acoso si no entendemos las dinámicas sociales de los adolescentes? ¿Cómo guiar si hemos perdido la capacidad de comunicarnos?

“Adolescencia” duele precisamente porque trasciende la ficción. Más allá del drama del asesinato o la pregunta sobre psicopatía, la serie es un reflejo crítico de cómo padres, madres y la sociedad en general estamos fallando en la crianza. Los diálogos sobre masculinidad revelan cómo los sesgos y estereotipos se transmiten, especialmente a los varones; la mayoría de los adolescentes no llegan a extremos violentos, pero la serie muestra con claridad cómo ciertos factores pueden llevar a comportamientos extremos en jóvenes particularmente vulnerables.

Es un reflejo distorsionado, pero veraz, de una realidad que preferimos ignorar. Mientras sigamos abordando los problemas de la adolescencia con soluciones prefabricadas y presencia ausente, seguiremos fallando como sociedad. Mi hijo aún viene a contarme todo, pero “Adolescencia” me dejó claro lo frágil que es ese vínculo. El verdadero terror no está en lo explícito, sino en reconocer que, si no estamos verdaderamente atentos, ese niño que hoy comparte cada detalle de su día podría convertirse mañana en uno de esos adolescentes rotos que navegan su dolor en absoluta soledad.

La voz interna a la que nos hemos acostumbrado a escuchar, esa que nos grita que las cosas no están bien pero que sistemáticamente ignoramos, resuena con fuerza después de ver esta serie. Sabemos que cometemos errores, que hay monstruos, pero no arreglamos los primeros ni buscamos los segundos, tal vez por miedo a lo que podamos encontrar. La pregunta incómoda pero necesaria persiste: ¿Estamos realmente escuchando a nuestros jóvenes, o sólo oímos lo que queremos oír? El precio de no responder honestamente a esta interrogante puede ser terrible.

La serie no da respuestas, pero nos deja una advertencia: los monstruos más peligrosos -la soledad, la indiferencia, entre otros- son aquellos que nos negamos a nombrar. Es hora de tomar acción. Comencemos por escuchar activamente, por estar presentes y por enseñar a nuestros hijos a discernir y a tomar decisiones informadas. Solo así podremos romper el ciclo de soledad y desconexión.

Periodista y licenciada en Comunicación Social de la Universidad Alberto Hurtado. Actualmente, se desempeña como encargada de comunicaciones en Déficit Cero y en AML Defensa de Mujeres, además de apoyar comunicacionalmente a otras organizaciones sin fines de lucro. Anteriormente, fue ejecutiva de cuentas senior en Vital Comunicaciones y trabajó en la fundación Educación 2020, donde manejó comunicaciones internas y externas. También fue parte del equipo de prensa del diario La Tercera, especializándose en el área de educación. Cuenta con siete años de experiencia en comunicaciones externas y gestión de prensa.