Desde el FabLab de la Universidad de Chile, dos jóvenes diseñadoras desarrollaron Filga, material hecho a partir de algas marinas del sur del país. El material, completamente compostable, busca reemplazar las fibras plásticas de un solo uso con aplicaciones que van desde la agricultura hasta el diseño y la manufactura textil. Con producción aún artesanal, sus creadoras trabajan en escalar el proceso sin perder su sello ecológico, apostando por una innovación local que une sustentabilidad y desarrollo productivo.
Por Judith Herrera Cabello
Fue en el laboratorio FabLab de la Universidad de Chile, dirigido por Danisa Peric, que las diseñadoras Josefa Mella y Sofía Anwandter crearon la fibra biodegradable “Filga”, filamento con múltiples usos, desde amarrar plantas hasta tejer, todo desde una visión ecológica y medioambiental.
El material está elaborado con extractos de algas marinas del sur de Chile, cuyo propósito es contribuir con el ecosistema al ser considerado un biomaterial.
¿Cómo fue el proceso que llevó a transformar un extracto de algas marinas en una fibra resistente y biodegradable como Filga?
Sofía: Fue un proceso de descubrimiento y experimentación, de investigación del comportamiento de la materia prima y el ecosistema en el que está inserto, considerando la identidad del territorio local y su narrativa.
Todos estos aspectos influyeron en la toma de decisiones y el resultado final del producto.
Danisa: Filga nace de la curiosidad y el trabajo de sus creadoras, con el soporte del FabLab. Partiendo de una exploración de pregrado, encadenaron prototipos y mejoras: ajustaron mezclas a base de extractos de algas del sur, afinaron tiempos de secado y criterios de desempeño, y estabilizaron un filamento funcional.
Ese camino, guiado por la experimentación, ocurrió en un entorno creativo y colaborativo del FabLab, con el apoyo de residentes y emprendedores/as, y siempre orientado a una cultura material alternativa: menos contaminante y más conectada con las personas y el territorio. Hoy el material se produce a escala artesanal, con primeras aplicaciones y validaciones públicas que dan cuenta de ese tránsito, del propósito a un producto.
¿Qué ventajas tiene frente a otros materiales sintéticos o naturales que se usan actualmente en agricultura o en la industria textil?
Sofía: Filga es una fibra 100% biodegradable y compostable, que aporta nutrientes a la tierra en su proceso de descomposición, al estar elaborada a partir de extractos de algas chilenas. Una alternativa ecológica a las tradicionales rafias plásticas usadas en la guía de cultivos.
Este material no solo es innovador por su origen biológico, sino también por su versatilidad. Aunque tiene un foco en el uso agrícola, su aplicación se proyecta también a contextos domésticos, manualidades, decoración u otras tareas donde se utilicen fibras plásticas. Ofrecemos un material resistente, flexible y de bajo impacto ambiental, que permite a empresas y consumidores reducir efectivamente su huella plástica.
Danisa: En comparación con las alternativas sintéticas, Filga ofrece ventajas en ambos extremos del ciclo de vida. En el origen, su ingrediente principal es la carragenina, un polisacárido presente en la pared celular de las algas rojas chilenas, lo que habilita cadenas de suministro locales y trazables, e incluso la integración de subproductos de una industria ya instalada, en vez de depender de insumos fósiles importados. En el fin de vida, la fibra está concebida para degradarse tras cumplir su función, evitando residuos plásticos persistentes y reduciendo las operaciones de retiro en campo o posconsumo. Entre esos puntos, lo que se valida es el desempeño en uso real junto con una lógica de baja huella: menor dependencia de polímeros petroquímicos, mejor compatibilidad con economías territoriales y un cierre de ciclo coherente con agricultura regenerativa y manufactura de baja emisión.
¿De qué manera el trabajo en el FabLab influyó en el desarrollo del proyecto y en convertir una idea académica en un emprendimiento real?
Sofía: Trabajar en el Fablab es un constante soporte activo que otorga un impulso positivo, el desarrollo en comunidad y la interdisciplina nos ayuda permanentemente a tener distintas visiones del proyecto. Este es uno de los pocos lugares que brinda asesorías especializadas y basta experiencia en vinculación de proyectos de formulación biomateriales que luego se convierten en emprendimientos.
Danisa: El recorrido de Filga con el FabLab ha sido sostenido en el tiempo: comenzó como una práctica profesional en biomateriales, luego las incubamos en el programa de Residencias y, posteriormente, ingresaron al programa “Emprendimientos de ciencia y tecnología para el bienestar ecosocial”, donde se encuentran actualmente. En cada etapa, el FabLab funcionó como puente entre exploración y aplicación: infraestructura para prototipar, comunidad abierta a testear en uso y acompañamiento para ordenar decisiones técnicas y de producto. Para acelerar la adopción, acabamos de realizar una convocatoria abierta a creativos/as para probar la fibra; recibimos 100 postulaciones y seleccionamos cinco propuestas de distintos oficios y técnicas. Publicaremos pronto esos resultados, porque nos interesa que el material circule, se ponga a prueba y devuelva aprendizajes que fortalezcan el paso definitivo de Filga desde el ámbito universitario al mercado.
¿Qué usos podrían marcar la diferencia en términos de sustentabilidad o innovación en los próximos años?
Sofía: Creemos que la incorporación de nuevas materialidades contemporáneas son un camino alternativo en términos de sustentabilidad. Nosotras con Filga buscamos ser un reemplazo a las fibras plásticas de uno solo uso, con una flexibilidad que abarca desde la agricultura hasta el diseño, quitándole el peso a los consumidores y productores de la disposición de estos, que es a lo que apuntarán las nuevas legislaciones. Además, la fabricación local y accesible de estos productos, junto con su educación, permitirá combinar impacto ambiental positivo con innovación social.
Danisa: Veo a Filga incidiendo, primero, en agricultura y oficios de la fibra. En predios frutícolas, viñas, huertas y viveros, la fibra puede reemplazar amarras plásticas en entutorado y conducción, y luego degradarse sin retiro, lo que simplifica la operación y evita residuos persistentes. En horticultura urbana y proyectos educativos, permite montar tutores y pequeñas estructuras temporales que “desaparecen” al cerrar el ciclo, facilitando prácticas de compostaje y suelos más limpios. En manufactura de baja huella, habilita cestería, tramas y accesorios con identidad territorial; y, si seguimos madurando formulaciones (diámetro, torsión, acabado superficial), es plausible avanzar hacia componentes textiles mixtos donde el fin de vida esté resuelto desde el diseño.
Hoy se produce de forma artesanal, pero se busca automatizar el proceso. ¿Qué desafíos técnicos o financieros enfrentan para escalar la producción sin perder el enfoque ecológico del proyecto?
Sofía: Actualmente estamos en búsqueda de levantamiento de capital que nos permita construir un sistema productivo aún más optimizado, ya que el material tiene consideraciones técnicas que se deben trabajar de manera específica, para efectivamente no perder el enfoque ecológico del proyecto y poder aportar con el desarrollo sostenible local.
Danisa: Desde mi perspectiva, el principal reto técnico es convertir un “saber de taller” en un proceso estable y repetible: controlar diámetro, resistencia y flexibilidad lote a lote; fijar ventanas de operación para extrusión, secado y bobinado; y asegurar un acondicionamiento y almacenamiento que preserven la vida útil sin aditivos que comprometan la biodegradabilidad. A la par, se debe resguardar la trazabilidad y el manejo responsable de las algas, y acompañar la automatización con ensayos independientes de desempeño y degradación en distintos escenarios. Se debe escalar por etapas: para ello se debería comenzar con las aplicaciones en agricultura y, una vez estabilizado el proceso, avanzar hacia aplicaciones creativas. Para financiar esa transición, el desafío es obtener fondos de I+D con compromisos de compra temprana y acuerdos de abastecimiento responsable.

Josefa Mella (izquierda) y Sofía Anwandter (derecha) son las fundadoras de Filga, ambas diseñadoras con experiencia en formulación y desarrollo de biomateriales, comprometidas con la sostenibilidad y la revalorización de nuestro territorio.
Danisa Peric es diseñadora industrial (PUCV), magíster en Diseño (UAI) y directora del FabLab U. de Chile. Articula ciencia, ingeniería y comunidades para prototipar soluciones con impacto socioambiental. Impulsa programas de emprendimientos C&T, biomateriales y fabricación digital distribuida, con enfoque abierto y colaborativo.
