Durante 24 años un cirujano registró meticulosamente los abusos que cometía contra menores, como si fueran fichas de pacientes. El caso que estremece a Francia abre preguntas sobre los protocolos de seguridad para los internos en hospitales.
Por Aldo Vidal N.
El caso del cirujano Joël Le Scouarnec, que durante estos días está siendo juzgado en Francia y que ha causado conmoción, revela una verdad inquietante: el mal puede estar mucho más cerca de lo que imaginamos, oculto tras rostros familiares y roles de autoridad. Durante 25 años, este hombre abusó de cientos de menores mientras llevaba una vida aparentemente normal, desempeñándose como médico, una profesión que exige confianza absoluta. Pero detrás de esa fachada se escondía un depredador, que registraba sus crímenes con el mismo rigor que un expediente clínico.
Le Scouarnec fue detenido en su domicilio en Francia en 2017, y lo que encontraron las autoridades fue espeluznante: decenas de muñecas con objetos sexuales acoplados y bautizadas con nombres de niños, 300.000 fotografías de pedofilia y zoofilia, 151 vídeos y varias llaves USB repletas de material aberrante. Pero el hallazgo más perturbador fueron los diarios donde anotaba detalladamente sus crímenes desde 1990 hasta 2014, a razón de 50 páginas anuales, sumando un total de 299 víctimas, la mayoría menores de edad. Estos diarios se convirtieron en la prueba definitiva de su culpabilidad.
Lo que se ha ventilado en el juicio respecto a estos “apuntes” permite asomarse al oscuro abismo de una mente psicótica. Le Scouarnec anotaba datos clínicos, pero también escribía en segunda persona (tú) y contaba a sus víctimas lo que le provocada sentir tocarlas y abusarlas mientras estaban inconscientes. “Delphine, cuando te vi por primera vez, no te habías terminado de despertar. Por eso pude apartar la ropa que cubría tu cuerpecito desnudo…”, es parte del primer relato exhibido ante el tribunal.
La obsesión con la que documentaba sus abusos añade una dimensión alarmante. No se trataba de impulsos incontrolables, sino de una planificación metódica y consciente. Esa frialdad revela una perversión difícil de comprender, que choca con la imagen del profesional dedicado que mantenía en el ámbito público.
El horror de este caso no solo radica en la magnitud de sus actos, sino en la red de encubrimiento y negligencia que permitió que estos abusos continuaran sin ser detectados. Los controles fallaron, las advertencias fueron ignoradas y el entorno prefirió mirar hacia otro lado. El propio Le Scouarnec admitió que su círculo cercano “lo sabía”, pero nadie hizo nada.
Ya en 2004, Le Scouarnec había sido condenado por posesión de imágenes pedófilas, pero esto no alteró en nada sus hábitos ni levantó las alertas necesarias para impedir que siguiera ejerciendo como cirujano. La pregunta inevitable es: ¿cómo pudo este hombre continuar trabajando en hospitales y abusando de sus pacientes durante tanto tiempo sin ser detectado? La respuesta apunta a fallas sistémicas graves, negligencia institucional y una cultura de silencio que protegió al agresor en lugar de a las víctimas.
¿cuántos otros casos similares permanecen ocultos? La historia de Le Scouarnec muestra que el mal, a veces, no se presenta como una amenaza evidente. Puede usar bata blanca, hablar con voz calmada y mostrarse atento y respetuoso. Esa es quizás la lección más perturbadora de este caso: nunca sabemos quién está realmente a nuestro lado.